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Esoteria

21 mayo 2025
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¿Por qué me gustaba Indira? Francamente no tengo una respuesta clara, la conocí en un taller de escritura al que accedí no por razones vocacionales sino porque el dinero me era indispensable ya que mi contador me había estafado dejando un severo hueco en la línea de flotación. En realidad, no creo en los talleres literarios y nunca he poseído el carácter para expresarle a algún aspirante a escritor que su texto es basura irremediable por lo que me siento de alguna manera como un estafador. Me enfrentaba a escritos pretenciosos que en muchos casos eran terribles. Un estudiante alguna vez escribió la improbable historia de un antílope parlante que era el rey de una manada que se dedicaría a cazar seres humanos. Las clases se impartían en un aula mal ventilada y los aspirantes eran un muestrario de la diversidad social; pensionados con vocaciones tardías, mujeres recientemente divorciadas que buscaban una nueva vida, lo notable es que escaseaban los jóvenes supongo que utilizando un mayor sentido común e intentando un camino independiente. Alguna vez decidí estudiar francés, renuncié pronto ya que el curso se centraba principalmente en la gramática y mi razonamiento era simple, lo que quería era hablar el idioma no escribirlo correctamente. Cuando se me trató de disuadir argumenté que mi oficio es el de escribir historias e ignoro por completo cualquier norma gramatical. No sé qué es un subjuntivo o un copretérito y nunca lo sabré ya que no lo considero necesario, me parece que escribir parte de la intuición, pero divago, regresemos a Indira…
Lo primero que llamó mi atención fue su vestimenta lo que sugería un total desdén por la opinión de los demás. Portaba una túnica que supuse de origen oriental un chaleco que me recordaba vagamente al atuendo del Primer Ministro de Paquistán. El pelo lacio de un negro muy intenso y la tez ligeramente obscura. El balance general era el de una mujer guapa en medio de sus cuarenta años. Llamó mi atención no solamente por su aspecto sino por la sorpresa que me causó revisar un cuento que era francamente bueno, se trataba de la historia de la fabricación de un arma y el nacimiento de un niño y relataba el encuentro entre ambos después de dieciocho años y el uso mortal que el joven le daría a este objeto que contaba ya con una historia de muerte.
Le propuse comentarlo y fuimos a un café cercano, pronto empezamos a salir, había botones de alerta; un día me habló de Mercurio retrógrado, razón por la que no pensaba viajar ya que tal circunstancia estelar era un factor negativo para la planeación y luego me invitó a “constelar” un rito que cuando me lo explicó propició una enorme incertidumbre.
Indira no necesitaba trabajar, era la hija única de una pareja que había generado una fortuna en el mercado inmobiliario y ella vivía de las rentas producidas por este capital. Decidí que una actitud positivista daría al traste con una relación que no me tenía incómodo por lo que seguí la corriente hasta que ocurrió el incidente de la médium y todo se desplomó como un castillo de naipes.
Una tarde me dijo que me tenía un regalo, no se trataba de un suéter o un libro sino de una cita con una adivina que era infalible y podría vaticinar mi futuro. Le expliqué que no era necesario, que mi barco había ya zarpado y que tenía muy claro el provenir. Pero ella insistió y no tuve más remedio que ceder por lo que llegué un poco a rastras y acompañado de Indira a una casa en la colonia Portales que me pareció se caía a pedazos. La decoración era extraña por decir los menos; máscaras de cartón, tapetes orientales de Tepito, cartas astrales y un diploma que certificaba estudios de Tarot desde el arte en una escuela de Astroterapéutica.
Entramos a una cuarto con poca luz, Indira le dio el comprobante de pago a un hombre que parecía el producto de un experimento científico malogrado y nos sentamos ante una mesa que tenía una manta con estrellas y astros con anillos. De pronto y de una manera bastante teatral apareció Madame Cardin, una señora de túnica, profundamente maquillada que tuvo que haber tenido mejores tiempos. Me miró fijamente y con voz impostada me preguntó qué es lo que yo quería saber. La respuesta era evidente: “nada”, por supuesto me abstuve y respondí una imbecilidad: “acerca de mi futuro y de cosas que ignoro”. Ella asintió lentamente y sacó un mazo de cartas mayores a las de un tamaño normal que tenían grabados medievales, barajó y las extendió en grupos de tres. Lanzó su primer vaticinio: “Conocerás a alguien muy importante en tu vida”. No era precisamente el anuncio de un eclipse así que decidí tomar la iniciativa recordando un relato de Groucho Marx: “¿Usted lo sabe todo?”, ella asintió lentamente. “Bien le pido me diga ¿cuál es la capital de Nueva York?”.
Eso fue todo… el desenlace se dividió en varias consecuencias, Madame Cardin le pidió al experimento que me echara de la casa, Indira me miró como se mira a alguien que acaba de asaltar a su madre y yo perdí una alumna en el taller literario. Todo en un solo día.

Copyright © 2023 | Fedro Carlos Guillén Rodríguez

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