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Estudios

27 noviembre 2024
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La preparatoria fue un período que disfruté mucho, mi desempeño académico se podía representar gráficamente con una campana de Gauss invertida, es decir, durante la primaria fui un alumno ejemplar, en la secundaria mi rendimiento sufrió un descenso, pero era bastante aceptable. Yo fui a una escuela que privilegiaba el conocimiento basura, no entiendo bien la razón pero se pensaba que el enciclopedismo era la solución para llegar a ser un buen ingeniero o un médico competente. Se equivocaban, memorizar el nombre de los elementos químicos o los huesos del cuerpo era una tarea para la que se estudiaba la noche previa con el fin de realizar un examen, se ofrecían las respuestas y de inmediato el conocimiento “adquirido” se depositaba en un bote para ser olvidado de manera indeleble. Nunca he llegado a un banco y para cambiar un cheque el cajero me ha pedido que le explique la diferencia entre una planta monocotiledónea y una dicotiledónea. Lo dicho, conocimiento basura.

Llegó el momento de elegir carrera, mi confusión vocacional era tremenda, no tenía la menor idea de lo que quería estudiar, da cuenta de ello mis opciones que eran historia, antropología o biología, para ninguna de esas materias me sentía preparado como creo que muchos egresados de la escuela media superior no lo están. Las vocaciones se construyen de muchas maneras, hay niños que invierten la mitad de su infancia en construir puentes, esos serán ingenieros. Los que analizan el cuerpo de sus primas probablemente serán médicos pero la inmensa mayoría llega al momento de una decisión crítica en la que les va el futuro, ello explica las enormes tasas de cambios de carrera. Hace poco di clases a muchachos universitarios, la mitad de ellos no habían elegido la carrera en la que se encontraban actualmente. La presión sobre los estudiantes es algo que creo innecesario, pero no tengo una alternativa sensata aunque podría ser entrar a troncos comunes divididos en los grandes temas del conocimiento como las ciencias y las humanidades. El hecho es que considero que es algo que se debería reformar.

Recuerdo el día que tuve que elegir carrera, se trataba de un galerón inmenso en el sur de la ciudad, los aspirantes entrábamos con un lápiz de número predeterminado para sentarnos en una silla con una paleta en la que se encontraba una hoja con las opciones profesionales, La inmensa mayoría identificaba la carrera elegida la marcaba y se iba, yo me mantuve sentado treinta minutos con la mirada dirigida al éter sin saber qué opción debería elegir. Me incliné por la biología bajo un criterio profundamente imbécil; me habían gustado las nuevas instalaciones. Cuando le anuncié a mi padre la decisión elevó un poco los ojos al cielo e hizo un gesto que interpreté como “Nadie vive de eso”.

¿Qué hace una profesión lucrativa por sobre las que no lo son? Los razonamientos pueden ser diversos, estoy seguro que un doctor en filosofía que no sea lumbrera ganará mucho menos que el dueño de una bodega en la central de Abastos o el propietario de un lote de autos usados. Se podrá argumentar que las bodegas son indispensables y que la gente necesita autos y no a un hombre que mira al cielo y reflexiona sobre las puntas de la vida. El problema es que el éxito social se mide por nuestra capacidad de consumo lo que explica que haya personas con relojes de un millón de pesos que cumplen la misma función que el mío que vale mil y además fue regalado. Esta regla social explica que muchos estudiantes orienten sus preferencias por profesiones que consideran lucrativas como la abogacía la medicina o la administración lo que manda a las galeras un ramillete de ciencias sociales que se consideran absolutamente prescindibles. Mi hijo estudió matemáticas, claramente con una vocación muy definida. Ello me alegra, probablemente será investigador universitario y seguramente será feliz, que de eso se trata la vida.

Copyright © 2023 | Fedro Carlos Guillén Rodríguez

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